sábado, 20 de noviembre de 2010

43 Prevención de riesgos en el senderismo

El senderismo es una actividad muy segura, y exenta de riesgos, si se respetan ciertas normas:


Evita retrasos en la salida, conviene madrugar, así aprovecharas mejor las horas de luz.

La marcha se debe comenzar más o menos lenta para que nos sirva de calentamiento, y al cabo de un rato ir aumentando progresivamente el ritmo hasta alcanzar uno adecuado.

Al comienzo puede convenir parar muy brevemente para adaptar bien la mochila, el material y adecuar la ropa al ambiente, pues a veces resulta difícil adivinar antes de la salida cómo hemos de ir abrigados.

El ritmo de marcha adoptado es conveniente mantenerlo el mayor tiempo posible, aunque la pendiente se acentúe o disminuya momentáneamente.

Cuando se va en grupo todos deben adaptarse al ritmo del menos fuerte, que debe ir junto al primero, de esta forma no quedará nadie retrasado.
Objetivo III
El que mejor se oriente o conozca el camino debe ir delante, y el último debe ser uno de los más experimentados

Nunca romper el grupo en marcha. Las pendientes y bajadas fuertes y pronunciadas nunca se suben o bajan directamente sino haciendo un zigzag, pues aunque la línea resta es el camino más corto, en este caso nos agotaría antes de subir o correríamos un grave riesgo de caída bajando y someteríamos a las rodillas a una gran tensión, así como a la espalda, por lo que podríamos aparecer molestias en esas zonas corporales.

En las bajadas flexionar ligeramente las piernas, manteniendo la espalda recta, con ello conseguimos bajar el centro de gravedad sin desequilibrados, y cuando no hay senda o ésta es muy pronunciada hay que bajar despacio poniendo los pies y el cuerpo lateralmente.

Tener mucho cuidado cuando se camina por zonas pedregosas en las que los desprendimientos o el arrastre se producen con facilidad, pues puede caerle alguna piedra a los que van por debajo o atrás.

Debemos respetar los caminos, los atajos suelen deteriorar el suelo.

Hay que respetar las zonas donde este prohibido el paso, como las fincas particulares, en todo caso pediremos permiso, dejando a nuestro paso los portones y verjas como estuvieran.

Durante los descansos y paradas nos abrigaremos para no enfriarnos.

En rutas que discurren por alta montaña o bosque denso, tomaremos la precaución de informar a otras personas del recorrido que tenemos previsto realizar.

Si la senda discurre por sendas elevadas con precipicio a un lado, extremar las precauciones; si es necesario en un cruce con otros senderistas nos quitamos la mochila y arrimados a la pared les dejamos pasar.

Mediremos las fuerzas de cada uno y la dificultad del recorrido, y si a lo largo de la ruta se nos presenta la oportunidad de ayudar a otras personas, no dudaremos en hacerlo, debemos ser solidarios sin esperar nada a cambio; la ayuda, la solidaridad, el compañerismo son las principales virtudes del senderista.

Unos consejos más...

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Y esto para qué sirve...?

La Educación Física, siempre y cuando se oriente a  trabajar un tipo de motricidad polivalente, global e inteligente, es en realidad y desde siempre, un verdadero eje vertebrador de todo tipo de conocimiento y saber. Su potencial lúdico, expresivo e interactivo, lo corroboran.


Cuando algo se vivencia con todos los sentidos (hacer-conocer-sentir) queda una huella en el yo más profunda que cuando se utiliza un solo ámbito o extensión del ser. Por esta razón, creemos que, partiendo de la motricidad global inteligente, de las situaciones vividas, es más fácil, en las edades de la escolaridad obligatoria, abordar otras realidades.
Con el fin de facilitar una mejor asimilación de los conocimientos por parte del alumno, la asignatura de Educación Física os propone un hilo conductor, la práctica saludable del senderismo, que nos permitirá conectar varias áreas de conocimiento, y vivirlas en la práctica, con lo cual los aprendizajes tendrán un significado.
Y ya que hablamos de aprender haciendo; esto es lo que Jean Jacques Rousseau (1761) hizo con su alumno Emilio:
“Observábamos la posición del bosque al norte de Montmorency cuando me interrumpió con su inoportuna pregunta: Y esto ¿para qué sirve? Tenéis razón, le digo, hay que pensárselo despacio, y si resulta que este trabajo no sirve para nada lo abandonaremos, porque no son entretenimientos útiles los que nos faltan.  Nos ocupamos de otra cosa, y no volvemos a hablar de geografía el resto de la jornada.

A la mañana siguiente le propongo (a Emilio) un paseo antes de comer: no desea otra cosa; para correr, los niños siempre están dispuestos, y éste tiene buenas piernas. Subimos al bosque, recorremos los prados, nos extraviamos, ya no sabemos dónde estamos, y cuando hemos de volver no podemos encontrar nuestro camino. El tiempo pasa, el calor arrecia; tenemos hambre, nos apresuramos, vagamos en vano de un lado para otro, por todas partes no encontramos más que bosques, canteras, llanos, ninguna indicación que nos señales donde estamos. Muy acalorados, muy rendidos, muy hambrientos, con nuestras carreras no hacemos sino extraviarnos más. Por fin nos sentamos para descansar, para deliberar. Emilio, al que supongo educado como cualquier otro niño, no delibera, llora; no sabe que estamos a las puertas de Montmorency y que un simple tallar nos lo oculta; pero ese tallar es un bosque para él, un hombre de su estatura queda enterrado entre matorrales.

Tras unos momentos de silencio, le digo con aire inquieto: Mi querido Emilio ¿qué haremos para salir de aquí?
Emilio, sudando y llorando a lágrima viva: Yo no sé nada. Estoy cansado; tengo hambre; tengo sed; no puedo más.

Jean-Jacques: ¿Creéis que me encuentro en mejores condiciones que vos?¿Y pensáis que no lo haría si pudiera comer mis lágrimas? No se trata de llorar, se trata de saber dónde estamos. Veamos vuestro reloj, ¿qué hora es?
Emilio: Las doce, y estoy en ayunas.
Jean-Jacques: Eso es cierto; son las doce y estoy en ayunas.
Emilio: ¡Cuánta hambre debéis tener!
Jean-Jacques: Lo peor es que mi comida no vendrá a buscarme aquí. Son las doce: la hora, precisamente, en que ayer observábamos desde Montmorency la posición del bosque. ¿si del mismo modo pudiéramos observar desde el bosque la posición de Montmorency?...
Emilio: Sí; pero ayer veíamos el bosque, y desde aquí no vemos la ciudad.
Jean-Jacques: Ésa es la pena... Si pudiéramos prescindir de verla para hallar su posición
Emilio: ¡Oh, amigo mío!

Jean-Jacques: ¿No decíamos que el bosque estaba?...
Emilio: Al norte de Montmorency.
Jean-Jacques: Por consiguiente, Motmorency debe estar...
Emilio: Al sur del bosque.
Jean-Jacques: Tenemos un medio para encontrar el norte al mediodía.
Emilio: Sí, por la dirección de la sombra.
Jean-Jacques: Pero, ¿y el sur?
Emilio: ¿Cómo?
Jean-Jacques: El sur es lo opuesto al norte.

Emilio: Es cierto; basta con buscar lo opuesto a la sombra. ¡Oh, ahí está el sur, ahí está el sur! Con toda seguridad Montmorency está hacia ese lado, busquemos por ese lado.
Jean-Jacques: Podéis tener razón; cojamos ese sendero a través del bosque.
Emilio palmoteando y lanzando un grito de alegría: ¡ Ah, ya veo Montmorency! Ahí está, delante mismo de nosotros, totalmente al descubierto. Vamos a almorzar, vamos a comer, corramos: la astronomía sirve para algo.