Y esto ¿para qué sirve?

La Educación Física, siempre y cuando se oriente a trabajar un tipo de motricidad polivalente, global e inteligente, es en realidad y desde siempre, un verdadero eje vertebrador de todo tipo de conocimiento y saber. Su potencial lúdico, expresivo e interactivo, lo corroboran.


Cuando algo se vivencia con todos los sentidos (hacer-conocer-sentir) queda una huella en el yo más profunda que cuando se utiliza un solo ámbito o extensión del ser. Por esta razón, creemos que, partiendo de la motricidad global inteligente, de las situaciones vividas, es más fácil, en las edades de la escolaridad obligatoria, abordar otras realidades.

Con el fin de facilitar una mejor asimilación de los conocimientos por parte del alumno, la asignatura de Educación Física os propone un hilo conductor, la práctica saludable del senderismo, que nos permitirá conectar varias áreas de conocimiento, y vivirlas en la práctica, con lo cual los aprendizajes tendrán un significado.

Y ya que hablamos de aprender haciendo; esto es lo que Jean Jacques Rousseau (1761) hizo con su alumno Emilio:

“Observábamos la posición del bosque al norte de Montmorency cuando me interrumpió con su inoportuna pregunta: Y esto ¿para qué sirve? Tenéis razón, le digo, hay que pensárselo despacio, y si resulta que este trabajo no sirve para nada lo abandonaremos, porque no son entretenimientos útiles los que nos faltan. Nos ocupamos de otra cosa, y no volvemos a hablar de geografía el resto de la jornada.

A la mañana siguiente le propongo (a Emilio) un paseo antes de comer: no desea otra cosa; para correr, los niños siempre están dispuestos, y éste tiene buenas piernas. Subimos al bosque, recorremos los prados, nos extraviamos, ya no sabemos dónde estamos, y cuando hemos de volver no podemos encontrar nuestro camino. El tiempo pasa, el calor arrecia; tenemos hambre, nos apresuramos, vagamos en vano de un lado para otro, por todas partes no encontramos más que bosques, canteras, llanos, ninguna indicación que nos señales donde estamos. Muy acalorados, muy rendidos, muy hambrientos, con nuestras carreras no hacemos sino extraviarnos más. Por fin nos sentamos para descansar, para deliberar. Emilio, al que supongo educado como cualquier otro niño, no delibera, llora; no sabe que estamos a las puertas de Montmorency y que un simple tallar nos lo oculta; pero ese tallar es un bosque para él, un hombre de su estatura queda enterrado entre matorrales.

Tras unos momentos de silencio, le digo con aire inquieto: Mi querido Emilio ¿qué haremos para salir de aquí?

Emilio, sudando y llorando a lágrima viva: Yo no sé nada. Estoy cansado; tengo hambre; tengo sed; no puedo más.


Jean-Jacques: ¿Creéis que me encuentro en mejores condiciones que vos?¿Y pensáis que no lo haría si pudiera comer mis lágrimas? No se trata de llorar, se trata de saber dónde estamos. Veamos vuestro reloj, ¿qué hora es?

Emilio: Las doce, y estoy en ayunas.

Jean-Jacques: Eso es cierto; son las doce y estoy en ayunas.

Emilio: ¡Cuánta hambre debéis tener!

Jean-Jacques: Lo peor es que mi comida no vendrá a buscarme aquí. Son las doce: la hora, precisamente, en que ayer observábamos desde Montmorency la posición del bosque. ¿si del mismo modo pudiéramos observar desde el bosque la posición de Montmorency?...

Emilio: Sí; pero ayer veíamos el bosque, y desde aquí no vemos la ciudad.

Jean-Jacques: Ésa es la pena... Si pudiéramos prescindir de verla para hallar su posición

Emilio: ¡Oh, amigo mío!

Jean-Jacques: ¿No decíamos que el bosque estaba?...

Emilio: Al norte de Montmorency.

Jean-Jacques: Por consiguiente, Motmorency debe estar...

Emilio: Al sur del bosque.

Jean-Jacques: Tenemos un medio para encontrar el norte al mediodía.

Emilio: Sí, por la dirección de la sombra.

Jean-Jacques: Pero, ¿y el sur?

Emilio: ¿Cómo?

Jean-Jacques: El sur es lo opuesto al norte.

Emilio: Es cierto; basta con buscar lo opuesto a la sombra. ¡Oh, ahí está el sur, ahí está el sur! Con toda seguridad Montmorency está hacia ese lado, busquemos por ese lado.

Jean-Jacques: Podéis tener razón; cojamos ese sendero a través del bosque.

Emilio palmoteando y lanzando un grito de alegría: ¡ Ah, ya veo Montmorency! Ahí está, delante mismo de nosotros, totalmente al descubierto. Vamos a almorzar, vamos a comer, corramos: la astronomía sirve para algo.